"Los locos son, sobre todo, víctimas individuales de la
dictadura social.
En nombre de la individualidad que pertenece específicamente
al hombre,
demandamos la liberación de esas gentes, convictas de
sensibilidad.
Porque aseguramos a ustedes que no hay leyes suficientemente
poderosas
para encerrar a todos los hombres que piensan y
actúan".
Antonin Artaud. Carta a los directores médicos de los
manicomios.
Cuenta una leyenda que el autor del Códice del Diablo fue un
monje benedictino condenado por herejía a ser emparedado vivo y que se
comprometió a escribir una obra monumental alabando a Dios en una sola noche,
cosa que logró con la ayuda del diablo.
No sabemos si Foucault recibió ayuda del diablo para
escribir el conjunto de su obra; quizá por no lograr finalizarla fue por lo que
acabó encerrado tras los muros del Hospital General, la más siniestra encarnación
del poder desplegado —en múltiples direcciones— por el Estado Clínico. Lo que
sí sabemos es que la herejía primera de Foucault, su desafío a ese aparato de
normalización, fue su tesis doctoral y es el motivo —cincuenta años después— de
El evangelio del diablo, el nuevo libro de Valentín Galván, doctor en Filosofía
y profesor en la Universidad Juan Pablo de Olavide.
En este
caso, y a diferencia de su anterior Vagos y maleantes (Virus, 2010), se trata
de un libro coral a modo de análisis-homenaje con los muchos atractivos y pocos
inconvenientes que ello supone. Tras una breve presentación de Galván
encontramos dos bloques bien diferenciados —uno de carácter analítico; el otro,
histórico— ambos con el aliciente de un texto de Foucault inédito en español
como puerta cancel.
Un arqueólogo en los archivos de Upsala
Estos dos
textos atañen a las dos cuestiones básicas que podemos plantear en torno a la Historia
de la locura: el desmontaje teórico de la conceptualización psiquiátrica de la
locura y las acciones que ha desatado no sólo en el campo estricto de la
psiquiatría sino desbordándose hacia otros territorios conectados como la
sociología, la etnología o las ciencias políticas.
El texto de Foucault que abre la primera parte del evangelio
del diablo está dedicado a precisar las cuatro formas en las que él entiende
que se desenvolvió esa oposición, las dos primeras chocantes contempladas con
la perspectiva de los años: por una parte aquella psiquiatría que quiso imponer
la misma simplificación que Pasteur había impuesto en el hospital médico
reduciendo su intervención a la cirugía y los psicofármacos; por otra parte, la
psicoterapia analítica que procedería mediante un ajuste de las relaciones de
poder entre médico y paciente circunscritas al diván y cuya forma más popular
es el psicoanálisis.
Las dos formas
restantes son las que habitualmente identificamos con el concepto histórico de
antipsiquiatría: la protagonizada por los trabajos de Laing y Cooper, en las
que las relaciones de poder se reducen a cero y que implican una
reestructuración institucional y, más allá, la desmedicalización del espacio en
el que se produce la locura que dejaría de ser tarea del médico para
convertirse en un descenso a los infiernos del paciente que vive así con toda
intensidad su experiencia de alienación y retorna transformado; y una cuarta
—en la que se encuadrarían Basaglia y Guattari— y que se propondría como
objetivo la destrucción de las relaciones de poder que han creado al enfermo y
la propia locura, es decir, implicarían un "combate político" que
supone un cambio individual. Basaglia: "no se puede transformar el mundo
sin transformarse a sí mismo". En definitiva, el resurgimiento de la
locura como conciencia cósmica expresada en el arte y la literatura: Artaud, Nietzsche,
Rachmaninof, Van Gogh, Rimbaud... la locura como transgresión de los límites
para alcanzar el absoluto, para entrar en el territorio de lo esencial, de la
pérdida del yo: la experiencia límite que en el caso de Foucault estoy
convencido no fue, como algunos afirman, el SIDA, la muerte sórdida entre los
muros de La Salpetriere, sino la escritura.
El encierro racional de la locura
La segunda
parte arranca con un breve texto que reproduce una entrevista inédita de 1961
de la que se extrae su título: No existe cultura sin locura. Afirmación tan
simple en su formulación como provocadora en sus implicaciones y que podría
resumir los desafíos esenciales de Foucault en su tesis doctoral que el libro
coordinado por Galván retoma y pone en perspectiva sorteando los peligros de la
heterogeneidad propia de las recopilaciones.
Pero a
pesar de su título, la Historia de la locura no es un libro de historia, sino
un viaje al corazón de los archivos, una prospección arqueológica que procede
levantando capas estratificadas bajo los conceptos para poner en evidencia que "lo
que es no ha sido siempre", que las evidencias y las certezas han sido
fabricadas y por lo tanto "a condición de que se sepa el modo en que han
sido hechas, pueden ser deshechas". La locura -concluye el arqueólogo del
discurso— no es un hecho natural, sino cultural, e incluso consustancial a la
cultura.
Así, desde el humanismo —que rompe con las resonancias
místicas y misteriosas que la locura poseía en el medievo y la encierra en el "universo
del discurso"— hasta hoy —no únicamente el hoy de Foucault, sino el
nuestro, que ha llevado a extremos aberrantes el cientificismo cuyos efectos de
poder señaló el propio Foucault— la locura ha quedado atrapada dentro de la
razón, justificada por la razón y transformada en una forma de razón.
Y como hilo
conductor material de esa evolución, diríamos que como testigo arquitectónico,
el Hospital General, cuyo edicto dado en el mes de abril de 1657 reza "para
el encierro de los pobres mendigos de la ciudad y de los alrededores de
París" sobre el que Foucault precisa: "un hecho está claro: el
Hospital General no es un establecimiento médico. Es más bien una estructura
semijurídica, una especie de entidad administrativa, que al lado de los poderes
de antemano constituidos y fuera de los tribunales, decide, juzga y
ejecuta". De ahí que la arremetida de Foucault no sea simplemente una
crítica conceptual, sino la primera piedra para un "combate político"
mediante el cual podamos deshacer las cosas que fueron hechas. Tuke, citado por
Foucault: "el principio del miedo, que raramente disminuye con la locura,
está considerado como muy importante en el tratamiento de los locos". Y el
miedo se materializa en el "gran encierro" de los locos, pero también
de mendigos, vagabundos, blasfemos, libertinos... los "antisujetos"
de Ramón García.
No es de extrañar que ante el brutal trabajo de arqueología
de campo realizado por Foucault en su tesis, se granjeara el calificativo de
"psiquiatricida". La psiquiatría institucional, responsable de la
construcción de la enfermedad mental a base de parodiar —dice Szasz— conceptos
científicos, responsable de la objetivización de la enfermedad mental mediante
la condena moral y práctica judicial, quedaba en evidencia como herramienta de
control y no perdonó a Foucault, a decir de Mario Colucci, que les recordara
que "sus magníficos manicomios procedían de los lazaretos".
La difusión internacional
La segunda parte de El evangelio del diablo da cuenta
—gracias a un laborioso ejercicio de traducción múltiple— de la recepción
irregular de la Historia de la locura en Francia, Estados Unidos, Canadá,
Argentina, México, Brasil y España. Una acogida irregular con diferentes grados
de influencia y complejos avatares imbricados con otras obras de Foucault y las
dinámicas propias de cada territorio.
Así, las ediciones del 61 y 63 en Francia contribuyeron a
proporcionar una base teórica a la antipsiquiatría francesa impulsando su
acción política y conectándola con la lucha contra las prisiones. En América del
norte sin embargo, y pese al abrumador éxito de las visitas de Foucault, su
actividad se limitó al terreno intelectual con una moderada influencia sobre
los movimientos de resistencia a la institución psiquiátrica.
A Argentina llegó
Foucault por vía mexicana, las primeras ediciones de Paidós, pero obviamente no
pasaron el filtro de la dictadura y sólo publicaciones minoritarias en círculos
de resistencia difundieron sus ideas que cobraron fuerza a partir de los
ochenta hasta llegar a una explosión que alcanza el mundo académico en los
noventa. En cuanto a Inglaterra, modesta influencia en la antipsiquiatría donde
Laing y Cooper mantenían su independencia intelectual aunque confluyente en
acciones y reivindicaciones por las que se vieron acusados de beneficiar los
proyectos de recorte social de la derecha. En México, compleja influencia
foucaltiana en múltiples ámbitos: filosofía, medicina, historia, lingüística,
literatura, sociología, etnología y ciencias políticas; y en Brasil la
corriente más importante del movimiento antipsiquiátrico tomará su inspiración
de Foucault.
Finalmente, en España, la presencia de Foucault se vio mediatizada
por la transición política y a decir de Galván, sus ideas generaron un
pensamiento aparentemente anarquizante, pero "en realidad fácilmente
digerible por el sistema", llegándose incluso a la paradoja de que los
propios funcionarios de prisiones utilizaron sus ideas para perfeccionar los
mecanismos represivos, según denunciaría el propio Foucault.
Control a ambos lados de la frontera
Pero el "tercer
grado de la represión" con el que Foucault definía el gran encierro, no
supone sólo el control de los locos, que ya no son locos sino enfermos
mentales, sino el de los cuerdos que ya no son cuerdos sino sanos. El saber
psiquiátrico amparado en la ciencia redefine las fronteras y el loco deja de
ser un personaje inquietante o místico para convertirse simplemente en un
peligro social.
"El Juez o Tribunal podrá acordar el internamiento en un
centro psiquiátrico del sujeto que haya sido declarado exento de
responsabilidad criminal conforme al número 1.º del artículo 20, o al que le
haya sido apreciado esa eximente con carácter incompleto, si tras efectuarse
una evaluación exhaustiva del mismo y de la acción que llevó a cabo, exista
base suficiente para concluir que, debido a su trastorno, es posible prever la
comisión por aquél de nuevos delitos de gravedad relevante".
No, no es una disposición de siglos pasados. Se trata del
artículo 98 del Anteproyecto de reforma del Código Penal español presentado al
Consejo de Ministros en octubre de 2012 y rozando en estos momentos las etapas
finales para su aprobación.
Encierro indefinido por delitos no cometidos y sin
responsabilidad criminal. Independientemente de que este anteproyecto acabe o
no convertido en ley, el mero hecho de proponerse es suficientemente
significativo de los tiempos que corren, en los que parecen cobrar inquietante
significación las palabras de Szasz: “Los hospitales mentales son los campos de
prisioneros de nuestras guerras civiles no declaradas ni expresadas”.
Más allá de Foucault
Plantea Foucault que el hospital psiquiátrico se despega del
hospital médico a partir del siglo XIX cuando Pasteur introduce la teoría
microbiana como causa de enfermedad. En este sentido, el descubrimiento de una
causa "real" para las enfermedades llamémoslas "físicas"
sitúa al hospital médico en otro espacio regido por otras dinámicas: ya no hay
producción de la enfermedad, sino una causa real que se diagnostica. Por su
parte, en el hospital psiquiátrico, a pesar del esfuerzo de las disciplinas
científicas psiquiátricas por somatizar la enfermedad mental, la dinámica
continúa siendo de conjuro y producción: Pasteur frente a Charcot, diagnóstico
real de lo somático que se ha expandido hasta lo indecible gracias a la
tecnología, frente al diagnóstico ficticio de lo mental, de lo incorpóreo, en
definitiva, de lo construido.
Sin embargo, el método arqueológico de Foucault puede
aplicarse igualmente a la biología o a la medicina. A partir del siglo XIX
comienzan a sentarse las bases de lo que podríamos llamar medicina moderna y
que se convirtieron en factores claves para la unidad de pensamiento y práctica
médica inexistentes hasta ese momento: farmacología, teoría microbiana,
procedimientos estadísticos y diagnósticos, y por supuesto la proscripción y
persecución de quienes a decir de Foucault controlaban un "corpus técnico
de curación": las comadronas, las damas de misericordia, los charlatanes,
los magos, los chapuceros, los hospitalarios, los monjes, las religiosas, los
droguistas, los herboristas, los cirujanos, los boticarios... en definitiva,
esa estirpe que ahora es calificada desde los sectores del fundamentalismo
científico como pseudociencias.
Lo que
Foucault no tuvo tiempo de ver es que la distinción entre lo normal y lo
patológico ha devenido tan artificial en la medicina de lo mental como en la
medicina de lo corporal porque depende del consenso científico como dispositivo
de poder que se materializa y concreta en el primer caso en las sucesivas
ediciones del DSM y en el segundo en las directrices promulgadas por los CDC
del Servicio de Salud estadounidense.
Así, del mismo modo que la función de la psiquiatría
institucional como sostenedora de los lugares de encierro pero también de producción
y definición de la enfermedad mental condujo al nacimiento de la
antipsiquiatría, la función de la medicina institucional que produce y define
la enfermedad orgánica y contribuye al encierro virtual de la humanidad en un
afuera medicalizado, compartimentado y ordenado debe ser combatido desde una
antimedicina que se oponga no al saber médico, sino al poder
medico-farmacológico.
Jesús García Blanca
El evangelio del diablo. Foucault y la Historia de la locura,
Valentín Galván (Coord.), Madrid, Biblioteca Nueva, 2013.
Más sobre Valentín Galván/Foucault:
Reseña de De vagos y maleantes. Valentín Galván. Barcelona, Virus, 2010:
2 comentarios:
Empiezan los desahucios de fondos buitres extranjeros a familias.
http://periodismohumano.com/economia/asi-desahucia-un-fondo-buitre.html
Creo que se debería de escribir un artículo sobre el control de Internet o los futuros planes para controlar Internet, que sin duda alguna existen, pondremos algunos ejemplos :
1º Se está planteando que en el futuro Internet sea de pago..., de esta forma se cortaría el acceso a la información y a la opinión a grandes capas de la población.
2º También se está planteando acabar con el anonimato en Internet, todo el mundo debería de estar registrado, antes de escribir o decir nada, de esa forma la gente "se cortaría" en muchas ocasiones antes de dar una opinión o transmitir una información, incluso aunque lo que dijese fuese legal....
3º Leyes y policías puestos ex profeso para Internet, ya se están barajando cambios legales y mas medios para investigar (un antecedente de esto, son algunos "troles" que ya se mueven en Internet, se comenta que algunos son pagados..., también dentro de esto entrarían algunos virus y troyanos espías, entre otras cosas...).
4º No hacer alguna de estas estrategias, sino todas a la vez, lo que limitaría y cambiaría Internet de forma drástica y tendría gran impacto social.
5º Si sabéis de mas estrategias ir poniéndolas, el denunciarlas es la mejor forma de poder pararlas (si es que eso es posible...),
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