sábado, 14 de septiembre de 2013

Confiar en los niños

Aportación al Encuentro de familias por alternativas a la escuela convencional

Jesús García Blanca. Gandía, 27 de agosto, 2013


En 1952, Wilhelm Reich escribió:

El futuro destino de la raza humana será creado por la estructura caracterial de los niños del futuro. En sus manos y corazones estará esta gran decisión. Tendrán que limpiar el caos del siglo XX. Esto nos concierne a nosotros, los que vivimos en medio de este caos. No debemos ser nosotros los que edifiquemos ese futuro. No podemos decir a nuestros hijos qué clase de mundo habría que construir, pero podemos equiparlos con el tipo de estructura caracterial y el vigor biológico que les harán capaces para tomar sus propias decisiones y encontrar sus propios caminos para construir de una manera racional su propio futuro y el de sus hijos.

Sesenta años después, la sociedad occidental moderna —de la que algunos están tan orgullosos— continúa siendo el mayor enemigo de los niños y las niñas y por lo tanto de un posible futuro en armonía para el planeta.




Desde mi particular experiencia de treinta años conviviendo con mis alumnos, mis hijos y mi nieto, voy a permitirme ser sincero, directo, casi brutal: no podemos darnos el lujo de perder el tiempo con bonitas palabras o artificios técnicos porque el caos del que hablaba Reich se ha multiplicado por mil y amenaza con asfixiar lo viviente: esos refugios de espontaneidad encerrados en el interior de cada criatura y en unos pocos, poquísimos, desgraciadamente contadísimos adultos, algunos de los cuales estamos aquí estos días, compartiendo nuestras dudas, nuestro dolor y nuestras esperanzas.

Empezaré por lo primero, por el dolor, por el rechazo, no sólo a la escuela convencional, sino a todos los aparatos de normalización más o menos encubiertos, al acecho en cada etapa de nuestras vidas; y acabaré por lo último, por la esperanza, que he ido renovando —a pesar de las dudas, de los temores, de la inseguridad, de las contradicciones— con la llegada a mi vida de cada nueva criatura: hace treinta años, veinte, diecinueve, diez... y finalmente año y medio.

LIMPIAR EL CAOS

Estando aún a mitad de mis estudios de magisterio tomé posiciones en lo que considero una batalla por la vida. Unos pocos autores me ayudaron en esa tarea: las investigaciones de Wilhelm Reich para dilucidar el origen de los trastornos mentales lo llevaron a la conclusión de que el problema no estaba en la gente, sino en la sociedad —nuestra sociedad, claro.

Por otro lado, Bronislaw Malinowsky y Margaret Mead observaron cómo esos trastornos no aparecían en las pequeñas sociedades de las islas Trobriand y Samoa que no se basaban en la autoridad, la rigidez y la castración. Y Alexander Neill fue el primer educador que se atrevió a poner en práctica la autorregulación con resultados que confirmaban desde un tercer punto de vista la misma idea: lo que falla es la sociedad, la cultura, y no el ser humano.


WILHELM REICH Y A. S. NEILL

Otros autores, anteriores y posteriores, aportaron ideas complementarias o profundizaron en estos enfoques: William Godwin, a finales del siglo XVIII ya denunciaba el control dogmático que ejercían los entonces nacientes sistemas educativos de cara a producir ciudadanos para el Estado; Francisco Ferrer consideraba inconcebible que un gobierno creara un sistema educativo que pudiera conducir a cualquier cambio radical; Ivan Illich evidenció la alienación producida por la educación para destruir la capacidad de actuación del individuo y cómo el proceso de socialización de la escuela creaba un tipo especial de carácter que se ajusta a las necesidades del poder...

Llegados a este punto, el objetivo estaba claro: había que cambiar la sociedad desde la raíz. Pero nuestra sociedad no es destructiva y negadora de los viviente por casualidad o porque así lo hayan establecido los dioses del Olimpo, sino por decisión de las minorías que detentan el poder desde tiempo inmemorial —muy probablemente desde que las hordas guerreras patriarcales arrasaron las comunidades matricias en los comienzos del Neolítico. Eso quiere decir que luchar por una vida saludable, armónica, feliz... supone luchar contra engranajes de poder creados para perpetuar el dominio.

Esos engranajes actúan en todos los puntos del arco vital, pero son especialmente agresivos los que abarcan la concepción, el embarazo, el parto y los primeros años de vida, precisamente porque se trata de un período crítico a la hora de condicionar el desarrollo del ser humano. La intromisión del estamento médico en lo relacionado con la concepción y el embarazo, la medicalización de los partos y las pautas pediátricas establecidas para condicionar la crianza perturban o bloquean procesos cruciales, rompen los vínculos biológicos y emocionales de las criaturas y preparan el terreno para posteriores intervenciones psicopedagógicas, entre ellas, fundamentalmente, la escuela.

A pesar de los cambios y reformas interminables, la escuela sigue siendo básicamente un centro de encierro y normalización: aburre, disciplina, fracciona el pensamiento, difunde la incultura, reprime la sensibilidad, promueve la insolidaridad y la competitividad, mata la espontaneidad y alimenta la frustración y el odio; eso sí, todo ello cuidadosamente cubierto bajo una cínica fachada de progresía y buenos propósitos. En estas condiciones, discutir sobre el carácter público o privado de la educación es hacerle el juego a los que se benefician de su función clave: fabricar ciudadanos obedientes, indolentes, incapaces de pensamiento crítico y en consecuencia, fácilmente manipulables al servicio de los poderes establecidos. 

Por estas razones —apuntadas ya por pensadores anarquistas como Stirner, Tolstoy, Goodman y el propio Illich— es evidente que los cambios radicales —desde la raíz— que la humanidad necesita no se van a producir desde Arriba, sino que tendremos que forzarlos desde abajo, y para eso, además de información liberadora, necesitaremos tener la capacidad biológica y emocional —Reich diría caracterial— para sembrar la semilla de la libertad en la siguiente generación.

CONFIAR EN LOS NIÑOS

En los treinta años que llevo dando clases como funcionario he pasado por distintas fases: desde la ingenuidad de pretender cambiar el sistema desde dentro, hasta conformarme con "salvar" a unos pocos alumnos de entre los miles que pasaran por mis clases. Cometí la ingenuidad de presentar proyectos educativos alternativos a la administración sin entender que mi definición de "alternativo" obviamente tenía muy poco que ver con la de la administración educativa. Y he participado en intentos de montar proyectos al margen del sistema; desgraciadamente todos fracasaron antes de comenzar porque una vez superada la fase de crítica a lo convencional llega el momento de ponerse de acuerdo sobre qué construir... Me retiré o me negué a participar en iniciativas que pretendían montar escuelas Waldorf, escuelas Montessori, escuelas Decroly... en el fondo, la mayoría de la gente que criticaba la escuela convencional buscaba otra escuela, otro lugar en el que le dijeran lo que hacer y encauzaran a sus hijos.


ASAMBLEA EN SUMMERHILL

Esa es la incapacidad biológica y emocional de la que hablaba: el peso abrumador de la educación que hemos recibido y que nos incapacita para la libertad. Es la misma situación de quienes desconfían o critican la medicina moderna y buscan un médico alternativo que les diga lo que hacer, porque no pueden romper los lazos de dependencia; por eso es tan difícil construir un sistema de salud basado en la autogestión, porque implica confianza en lo viviente. Y por las mismas razones es tan difícil construir un proyecto educativo basado en la autorregulación, porque implica confianza en los niños —lo que convierte en admirables los que en este momento se mantienen vivos contra viento y marea, como Els Donyets en Valencia o Ojo de agua en Alicante.

He conocido a demasiados militantes en organizaciones políticas, ciudadanas, ecologistas, supuestamente progresistas, que tienen entre sus objetivos la creación de un mundo mejor, más justo, más libre, en el que se respete a la naturaleza... pero que, en su día a día, en la relación con sus hijos, en esa pequeña pero importante parcela en la que podían hacer algo para comenzar a cambiar el mundo, asomaba su auténtica naturaleza represora, su condicionamiento caracterial, la coraza que les impide poner en práctica con sus hijos las ideas que esgrimen en artículos, panfletos, páginas web, talleres y conferencias.

Esta claro que serán precisos grandes cambios estructurales, empezando por los legales, por derogar las leyes que en estos momentos criminalizan a quienes queremos educar a nuestros hijos al margen del aborregamiento y la manipulación. Pero independientemente de lo que cada cual decida hacer en esa lucha, de las energías y el tiempo que quiera dedicarle, está la otra lucha, la del día a día, la que nos exige mucho más que leer libros, escribir o debatir, la que nos exige confiar en nuestros hijos.

CRIANZA ECOLÓGICA Y AUTORREGULACIÓN

Considero que esa confianza es fundamental: la autorregulación supone una conexión con lo espontáneo, con la energía que sustenta la vida y la organiza, con las fuerzas que palpitan en cada ser vivo y lo conectan con el ecosistema. Lo que hace posible la autorregulación es la capacidad de conectar con la vida y sentir cómo ésta se construye a sí misma, siguiendo un orden misterioso que se traduce en armonía. La autorregulación comienza desde el momento en que los padres se plantean tener a un hijo poniendo ya una determinada energía en el deseo de concebirlo.


Durante el embarazo, la capacidad de la madre para asimilar la carga energética que representa el nuevo ser vivo, así como la posibilidad de mantener unas relaciones sexuales sanas con su pareja, puede ser determinante en el futuro desarrollo del bebé. Otro momento crucial es el parto. La posibilidad de un parto natural puede representar para la madre una experiencia activa de descarga energética y para el bebé una experiencia libre de traumas que permita el libre funcionamiento biológico. Posteriormente, el contacto con la madre mediante el amamantamiento, permite prolongar el intercambio energético y el desarrollo neuroinmunológico y enzimático, el desarrollo de las percepciones, que en principio son orales y visuales, y el inicio de la autorregulación del sueño, la alimentación y otros ritmos biológicos.

A partir de ahí escuchar, respetar a los niños, valorar sus intereses y sus ideas, facilitar el contacto con los elementos: que lo toquen todo, que se arrastren, se manchen, se mojen, exploren... Dejar que lleguen a controlar sus esfínteres de modo natural, cada cual a su ritmo. Respetar igualmente el desarrollo de su capacidad para caminar erguidos, sin intervenciones ni aparatos de ayuda, permitiéndoles que se arrastren por el suelo, que gateen mientras tengan esa necesidad hasta que consigan por sí mismos la seguridad necesaria para levantarse. Estar siempre a su lado cuando lo necesiten, escucharlos, acompañarlos cuando lo pidan, consolarlos, apoyarlos, pero siempre sin imponerles nuestras necesidades, nuestro ritmo, ni siquiera nuestra ayuda o nuestro cariño. Permitir que tomen sus decisiones, que expresen libremente sus emociones: la alegría, el asombro, la satisfacción; pero también el llanto, el enfado, el miedo... Reich decía a su hijo Peter: “no tengas miedo de tener miedo”. 

MIS DOS FRENTES DE BATALLA

Como he dicho, cada cual tendrá que elegir su lugar en esta lucha por la vida. En mi caso, en estos momentos, mis frentes de batalla son dos: Uno es el de mi hijo Nilo: nos negamos a mantenerlo escolarizado cuando, tras un año de preescolar aceptable, tuvo que comenzar la primaria obligatoria. Eso desencadenó tres años de persecución legal que trajo como resultado una orden judicial de escolarización en diciembre de 2012. Pero el pulso legal no ha terminado: esperamos resultados de la apelación y entretanto buscamos los resquicios para neutralizar los efectos normalizadores de la escuela y continuar dentro de lo posible con lo que veníamos haciendo antes de la orden judicial de reclusión, algo que llamábamos "investigar" pero que igualmente podríamos llamar simplemente "vivir", es decir: dejarnos llevar por la imparable curiosidad por conocer lo que nos rodea... y es que —después de todo lo dicho— se entenderá que el término "homeschooling" signifique más bien "el enemigo en casa".


El otro frente consiste en compartir los resultados de mi búsqueda: hace años que vengo manteniendo una colaboración cada vez más profunda y enriquecedora con varias revistas divulgativas centradas en temas de educación, ecología y salud, especialmente con Discovery DSalud y Mente Sana, he publicado un primer libro —El rapto de Higea— con mis reflexiones y tengo en marcha otros proyectos editoriales en la misma línea, además procuro mantener al día mi blog Salud y Poder. Finalmente, desde enero de este año me he implicado en el proyecto formativo de la Escuela Española de Terapia Reichiana formando parte del equipo docente que viene impartiendo el curso sobre Ecología de Sistemas Humanos, un concepto desarrollado por el psicólogo y psicoterapeuta Xavier Serrano y que recoge treinta años de trabajo clínico e investigación encaminada a preparar padres, educadores, personal sanitario, y en general a todas aquellas personas que tengan relación con cualquier aspecto del desarrollo vital para aprender a respetarlo, a entenderlo intelectual y emocionalmente, y contribuir a esa tarea de la que hablaba Reich: equipar a nuestros hijos con las herramientas que les permitan limpiar el caos.


MÁS INFORMACIÓN

Teo no va a la escuela. Artículo publicado en la revista Mente Sana, núm. 85, diciembre, 2012.
—"El debate no es educación pública contra privada sino por una educación liberadora". Entrevista en Insurgente.org.
Ecología de Sistemas Humanos.


jueves, 12 de septiembre de 2013

¿Está nuestra sociedad preparada para la maternidad?




Las instituciones de la sociedad actual son herederas del patrismo de hace seis milenios; y la impronta de aquellas creencias y comportamientos aún permanece, adaptados a las características de nuestra cultura.

La institución médica, junto con la industria farmacéutica, protagoniza desde hace tres siglos la mayor intromisión en todo el proceso de la maternidad, ya que no sólo actúa sobre lo que considera desviaciones o patologías en la menstruación, el seguimiento del embarazo, el modo de parir y el inicio de la lactancia y la crianza, sino que ha impuesto la idea de que no existe otro modo de hacer las cosas.

Este bucle puede romperse actuando sobre la raíz, recuperando con cambios sociales una maternidad que posibilite criaturas sanas que, a su vez, se conviertan en adultos sanos capaces de crear las condiciones para transformar el círculo de destrucción en uno de armonía.




Jesús García Blanca
Artículo publicado en la revista Mente Sana, número 95, septiembre, 2013.
http://www.rbarevistas.com/categoria/revista/femeninas/mente_sana


lunes, 2 de septiembre de 2013

Sí a la guerra... global


"Hay que mantener encendida en el alma la llama de este dolor de humanidad, y ser fiel. 
Si esta determinación permanece, será inquebrantable. 
Podrán hacer la guerra, pero han de saber que son asesinos"

Ernesto Sabato




Los asesinos no tienen rostro, no tienen nombre. O tienen siempre el mismo rostro y el mismo nombre. Bush, Obama... Sargón. ¿Qué más da?

Mi posición es también siempre la misma:

Lo que preparan las huestes del Imperio contra Siria no es una guerra, sino una masacre; y ello con independencia de que los sirios mantengan una firma voluntad de enfrentarse con el infierno.

No hacen falta complicados razonamientos ni erudición leguleya para darse cuenta de que una masacre no puede ser "legítima", ni "legal", ni "necesaria", ni "justificada" ni nada que se le parezca; tan solo puede ser conveniente.

Los que nos oponemos a esa masacre haríamos muy mal en establecer objetivos y calcular posibilidades de exito. Procuremos tan solo -en palabras de Leon Gieco- "que la reseca muerte no nos encuentre vacíos y sólos sin haber hecho lo suficiente".

La guerra es permanente. Lo de Siria es un episodio -terrible para los miles o decenas de miles de seres humanos que van a ser asesinados- pero episodio al fin de una guerra mucho más compleja que incluye campos de batalla, estrategias y armas de destrucción masiva de muy diversa catadura: extorsión económica a gran escala, conspiración mediática, hambre, pobreza, miseria, enfermedades provocadas o creadas, exploración, embargo de derechos humanos o destrucción de la naturaleza.

Las cínicamente llamadas "intervenciones" no son guerras, son actos de terrorismo, golpes de estado, robos con violencia, genocidios... y desvían la atención de la verdadera guerra: la guerra que está aquí, en nuestras calles, en las calles de Madrid y de todo el Reino; en las calles de Europa y del corazón del Imperio; en las calles de Fez, Meknes, Temara, Salé-Rabat, Alejandría, Tanta y Kafir esh Sheir; en las calles de Yemen, Jordania, Palestina, Mauritania, Sudán, Argelia, Libia, Siria, Líbano... en nuestras calles.

Por eso digo sí a la guerra... global. Sí a la lucha por recuperar nuestra humanidad, que no es la civilización destructiva construida a la medida de unos pocos poderosos, sino nuestra capacidad de pensar, de sentir y de crear enraizada en la naturaleza, en lo espontáneo, en lo viviente.