El pasado 29 de febrero, apareció en la sección de Opinión del diario de contrainformación
Rebelión un artículo de
Rosa Guevara Landa titulado "
El lado oscuro, crematístico y criminal de las pseudociencias", en el que hace suyos los planteamientos de un colaborador pseudoescéptico del diario
El País que en un reportaje-entrevista titulado "
A mi hijo lo ha matado la incultura científica".
Tras mi réplica "
El lado oscuro, crematístico y criminal de los gestores de la ciencia", en la misma sección de
Rebelión, la autora, Rosa Guevara Landa publicó su propia respuesta, "
Las ciencias, las prácticas científicas y el poder político y corporativo". Va mi segunda réplica.
Fundamentalistas científicos contra la salud
Segunda réplica a Rosa Guevara Landa
Jesús García Blanca
keffet@gmail.com
“Lo que mueve a la Ciencia no es la voluntad de saber sino
la voluntad de dominar”
Humberto Galimberti
“Es precisamente esa pretensión de la ciencia de
constituirse en metadiscurso verdadero por encima de las ideologías, saberes y
opiniones particulares, lo que la constituye como ideología dominante […] su
capacidad de persuadirnos de que no estamos siendo persuadidos, es precisamente
esa mentira verdadera de la ciencia la que hace de ella la forma más potente de
ideología en nuestros días: la ideología científica”.
Emmanuel Lizcano
Apreciada Rosa:
Creo sinceramente que has cometido un error. Me lo dice tu
trayectoria en Rebelión. Quiero creer que has cometido un error quizá por
desconocimiento, quizá por precipitación, quizá porque este no es un terreno en
el que te hayas movido lo suficiente según veo en el histórico de los artículos
que firmas.
Si se adopta el discurso de un determinado grupo o
corriente, se está dando de una forma u otra cobertura a sus planteamientos,
incluso si no se defienden de modo explícito. Y eso es lo que ocurría en tu
artículo.
Hablo de los autodenominados “escépticos” que yo prefiero
denominar –siguiendo a
Lizcano-
fundamentalistas científicos y cuyas
características y pautas de actuación resumo:
Proclaman constantemente su supuesto escepticismo mientras
su actitud, comportamiento e ideas lo traicionan dejando al descubierto su
auténtica naturaleza de cerrado dogmatismo.
Conceden a la ciencia el mismo estatus que una religión
poseedora de la verdad absoluta fuera de la cual no existe salvación. Para
ellos la Ciencia es la única vara de medir, el único camino al conocimiento.
Se consideran inmersos en una guerra santa. Su vocabulario,
discurso y concepto de la realidad es de corte religioso-paranoide. Por
supuesto, ellos están en el bando correcto y en posesión de la verdad frente a
un enemigo que es irracional y a quien hay que combatir o convertir al precio
que sea.
Su discurso está impregnado de intolerancia, fanatismo,
etnocentrismo científico y fascismo subyacente.
No buscan la verdad sino defender lo establecido. No dudan,
niegan.
Su estrategia básica es la descalificación, el ataque
personal, la ridiculización y la difamación.
Su “argumentación” –cuando la hay- es una suma de falacias y
prejuicios: apelación a la autoridad, a la mayoría, al consenso, al
academicismo y hasta a la generalización más burda.
Carecen de capacidad de autocrítica. Todas las cualidades
que proclaman como necesarias -dudar, analizar, examinar y racionalizar- jamás
las utilizan con sus propias creencias que, curiosamente, coinciden siempre con
lo establecido, con los intereses del Poder.
Un campo de actividad particularmente intenso es el de la
salud. Los fundamentalistas son una pieza clave de la guerra contra cualquier
alternativa al modelo médico dominante y vienen desplegando una gran actividad
en ese sentido: artículos en sus webs, participación en medios de comunicación,
intervención en redes sociales, intentos de boicot a todo tipo de actos
relacionados con las medicinas naturales...
Sin duda, Rebelión haría muy mal poniéndose de espaldas a la
ciencia. Pero no es eso lo que digo que me preocupa. Lo que me preocupa es que
una autora que ha demostrado en estas páginas ser una persona crítica con el
poder, reproduzca de modo directo o indirecto las diatribas de grupos y
personas que se amparan en la ciencia para atacar otras formas de conocimiento
y en particular otros enfoques de la salud.
Y añado: no solo es que yo crea que hay científicos
honestos, es que llevo treinta años apoyándome en ellos para llevar a cabo mi
análisis de los mecanismos de poder en los terrenos de la salud, la educación y
la ecología.
En cuanto a tu ejemplo: no, no es un invento del periódico
citado, ni yo lo acuso de eso. El diario imperial simplemente repite
incorrecciones, mentiras y manipulación pisoteando una regla fundamental del
periodismo que es contrastar la noticia.
Así expone el caso de Mario, Julián Rodríguez, su padre, en
la web de la esperpéntica
Asociación para Proteger al Enfermo de TerapiasPseudocientíficas (APETP) una asociación supuestamente creada por él y que
calca el discurso pseudoescéptico y pretende tipificar como delito la práctica
de cualquier terapia natural y prohibir hasta el uso de términos como
“medicina, curación, sanación, salud, terapia” sin estar licenciado en medicina:
“El hospital Arnau de Vilanova le hizo a Mario una propuesta
coherente de sesiones de quimioterapia y trasplante de médula o sea, pero
Mario estaba en una situación complicada e hizo caso a quien creía que era un
médico naturista. La persona que se presentó a Mario como médico naturista
convenció a este de abandonar su tratamiento en el hospital diciéndole que
la quimioterapia no era efectiva y que no aguantaría más sesiones. La leucemia
de Mario estaba en remisión tras la quimioterapia pero después de un tiempo en
el que su único tratamiento fue el de este terapeuta, a Mario le volvió a brotar
la leucemia: tuvo que ingresar de nuevo en el Arnau de Vilanova. Fue entonces
cuando descubrimos que el terapeuta no era médico. Al no seguir el tratamiento
en el momento adecuado la leucemia se complicó enormemente”.
Por su parte, el diario
El País titula citando a Julián
Rodríguez:
“A mi hijo lo ha matado la incultura científica”. Y en entradilla,
añade:
“Se reabre el caso de un joven que murió tras abandonar la quimioterapia
por culpa de un curandero, según denuncia su padre”. A destacar que el autor
del reportaje es Javier Salas, colaborador habitual de los círculos
pseudoescépticos desde el
El País y otras tribunas como el diario
Público o el
propio
Escéptico digital.
Desde el titular ya se plantea –de un modo visiblemente
sensacionalista- la tesis fundamental de los falsos escépticos: la ciencia como
criterio para establecer lo que es correcto y lo que no. La entradilla añade
otro elemento clave: los profesionales que no aplican la medicina farmacológica
son “curanderos”. Atención porque el periódico no entrecomilla esta palabra y
por tanto no se trata de una cita del entrevistado, sino de una afirmación del
diario. Pero la entradilla hace algo mucho más grave: acusar al “curandero” de
la muerte del joven, sin mencionar por supuesto que el profesional en cuestión,
José Ramón Llorente posee una licenciatura por la Universidad de Ecuador y un
doctorado por la Universidad de Columbia además de una sólida formación y una
larga experiencia como docente y terapeuta desde 1976.
A continuación, y abusando claramente de términos
truculentos para referirse a la enfermedad de Mario como “calvario” o
“martirio”, el diario mezcla inexactitudes y flagrantes mentiras que además
implican al doctor citado en una desagradable situación. Dice el diario:
“Su error: abandonar el tratamiento médico de su leucemia
para abrazar una pseudoterapia recomendada por un curandero que asegura ser
capaz de curar el cáncer con vitaminas. El calvario de Mario duró seis
terribles meses hasta que falleció en julio de 2014.Según el médico que trataba
a Mario —el de verdad—, no sólo le convenció para que se negara a un trasplante
y a darse la quimio, sino que le prescribió un tratamiento que interfería
en su recuperación con elementos contraproducentes, como hongos y alcohol. En su
martirio, a Mario hubo que intervenirle en el intestino por una infección”.
Por mi parte sí que he contrastado la noticia, y –aunque el
caso está aún pendiente de juicio- puedo adelantar que en la declaración del
Dr. Aurelio López Martínez, el oncólogo de Mario al que El País se refiere como
“el médico de verdad” se dejan claras algunas cosas que demuestran la
manipulación e incluso las mentiras que se están difundiendo interesadamente
sobre el caso: El Dr. López dio el visto bueno al tratamiento recomendado por
el “curandero” con la excepción de dos productos que Mario no tomó y así se
refleja en su historia clínica. Esto exculpa totalmente al Dr. Llorente ya que
de haber habido algo peligroso o sospechoso en esas recomendaciones parece
lógico suponer que su oncólogo no lo hubiera aprobado e incluso hubiese tenido
la obligación de denunciarlo.
El expediente judicial incluye asimismo un escrito firmado
por el Jefe del Servicio de Inspección de Servicios Sanitarios de la
Generalitat Valenciana en el que certifica que no hay constancia de que el Dr.
José Ramón Llorente incitase al abandono de la propuesta hospitalaria. Lo que
sí sabemos, y parece razonable que jugara un importante papel en la decisión de
Mario es que tenía un hermano pequeño que padecía leucemia y que murió a pesar
de haber seguido el tratamiento a base de quimioterapia que le prescribieron
sus médicos.
Conste que no creo que cualquier cosa sea válida y menos aún
en el campo de la salud y de su cuidado y prevención, pero teniendo en cuenta
el evidente fracaso de una medicina que se autodenomina científica mientras
mantiene su alianza con una industria que pisotea los más elementales criterios
del método científico controlando toda la cadena –investigación, publicación,
autorizaciones de agencias, formación e información de masas- para que sirva a
los fines económicos de unos y académicos de otros, teniendo en cuenta la
innegable catástrofe sanitaria que esto viene provocando y teniendo presente
las enormes posibilidades de numerosas disciplinas y técnicas alternativas
honestas, eficaces y seguras, esta lucha contra ellas es una guerra contra
nuestra propia salud.