
Pocas personas dudarán a estas alturas del papel que los
medios de comunicación de masas juegan en nuestra sociedad como herramientas de
manipulación al servicio de unos pocos grupos poderosos: lo hemos analizado en
esta revista (lea en www.dsalud.com el artículo que con el título ¿Son de fiar
los medios de comunicación? Publicamos en el número 184, julio-agosto de 2015)
y hemos mostrado cómo fabrican o modelan la opinión pública e incluso la
emoción pública, es decir, no solo influyen decisivamente en los que la ciudadanía
debe conocer, sino también en lo que debe sentir.
Esta labor es en realidad la continuación de otra mucho más
importante y decisiva que es el proceso educativo ya que la institución escolar
es la que realmente se encarga de “fabricar” esos ciudadanos obedientes,
pasivos, indolentes y acríticos, que posteriormente aceptan cualquier mensaje
lanzado por los medios sin preguntarse a qué intereses sirve e incluso cuando
esa aceptación supone un perjuicio para su propia vida.
Pues bien, este mismo esquema podemos aplicarlo a las
publicaciones científicas. La ciencia se ha convertido en una especie de
sustituta de la religión: las verdades oficiales de la ciencia sustituyen a los
dogmas de las religiones; la denominada Comunidad Científica sustituye a la Iglesia,
los disidentes y críticos con las teorías oficiales son los nuevos herejes y
nuevos mecanismos de represión sustituyen a la Santa Inquisición... y las
publicaciones científicas constituyen las nuevas encíclicas que sirven para
establecer los dogmas de esta nueva “religión” a la que no le faltan los
fanáticos y extremistas encarnados en esos grupos pseudoescépticos de los que
también hemos hablado.
De este modo, siguiendo el esquema que proponíamos, existen
programas educativos que desde la primaria hasta la universidad inculcan los
conceptos de una ciencia intolerante y sectaria en la ciudadanía y, muy
especialmente, en los profesionales de las distintas ciencias y de sus
aplicaciones prácticas –muy en particular, las ciencias de la salud y la vida-,
profesionales que se encargarán de difundir y perpetuar los dogmas científicos
que garanticen a esos pocos poderosos sus privilegios, sus negocios y su
control sobre los demás.
Y como continuación y complemento de esos programas
educativos, tenemos las publicaciones científicas, tanto las especializadas
como las divulgativas, que se encargan –como los medios de masas- de modelar y
fabricar las “verdades” científicas en cada momento. Y una señal evidente y
alarmante de que ese proceso se está agudizando y agravando es la concentración
en unas pocas manos de esas publicaciones.
LOS CINCO GRANDES GRUPOS EDITORES
que controlan la mayoría
de las publicaciones científicas son los siguientes:
-Elsevier: Fundado en Ámsterdam 1880 por Lodewijk Elzevir,
se trata del mayor grupo editorial de publicaciones científicas tanto en
volumen de revistas como en los beneficios que obtiene. Sus ingresos en 2014
ascendieron a 2.480 millones de libras. Controla más de dos mil revistas –las
más famosas: Cell y Lancet- en las que se publican una media de 360.000
artículos cada año a los que acceden doce millones de personas.
-Springer: Fundado en 1842 por Julius Springer en Berlín. Es
el mayor grupo editorial de libros científicos y segundo en publicación de
revistas científicas: publica 6.500 títulos nuevos cada año y controla casi dos
mil revistas. Tiene 5000 empleados y sus ventas ascendieron en 2008 a 880
millones de euros.
-Wiley-Blackwell: Unión de los grupos estadounidenses Willey,
fundado en 1922 y Blackwell en 1939. Tiene 990 empleados y publica unas 1.500
revistas científicas y edita unos 1.500 títulos anuales.
-Taylord & Francis: grupo fundado en 1852 en Reino Unido
por William Francis y Richard Taylord. En 2004 se fusionó con Informa convirtiéndose en su brazo
editorial con 1.000 revistas y unos 1.800 títulos anuales en un catálogo de más
de 20.000 títulos.
Jesús García Blanca
Artículo publicado en Discovery DSalud, número 188, diciembre 2015.