miércoles, 13 de abril de 2016

Desmontando el Caso Olot (1)


Por tratarse de un caso especialmente mediático pero también extraordinariamente clarificador, reproduzco aquí en varias entregas, con permiso de nuestro editor, el capítulo 5 de la Primera parte del libro Vacunas: una reflexión crítica (Madrid, Ediciones i, Dr. Enric Costa Vercher y Jesús García Blanca). Animo especialmente en este caso a hacer comentarios críticos y a compartir reflexiones o preguntas en el grupo de facebook creado hace unos meses para debatir sobre el libro: Grupo de debate sobre libros.


(1) Difteria: Un nombre maldito para
una enfermedad común y corriente


De todas las nuevas vacunas antibacterianas que nos hemos puesto los ciudadanos actuales del tercer milenio, vamos a tomar la de la difteria como ejemplo de todas ellas; pero informando al lector de que su historia y la información que aportaremos, es semejante a la de todas las demás, es decir, todas las vacunas para prevenirnos de infecciones bacterianas tienen, como decimos, la misma historia científica, la misma historia mediática y comercial. Por eso, estudiando, la difteria que es una de las primeras vacunas antibacterianas que reciben nuestros hijos, las damos todas por estudiadas.

Como hemos dicho, la difteria era una enfermedad conocida desde antiguo, los médicos españoles vitalistas de la época la llamaban “garrotillo” y la trataban como una amigdalitis aguda (anginas) y la curaban. Como explicaremos más adelante estos nombres históricos, el castizo garrotillo y el internacional difteria, en realidad quieren nombrar o se refieren a un cuadro patológico (enfermedad) de lo que comúnmente se conoce en la actualidad, como unas anginas o adenoides febriles y con placas; los médicos actuales, en nuestro argot técnico lo llamamos: una “faringo amigdalitis aguda con placas y fiebre”… ¿hay algún lector que no conozca o que no haya pasado el garrotillo? ¿Hay algún lector de más de cuarenta años al que no le hayan extirpado las anginas?... pues si así es, puede afirmar que ha tenido difteria y la curó. Puesto que si el lector actual hubiera padecido ese cuadro de anginas, por ejemplo, en 1940 se le hubiera etiquetado de diftérico… ¿por qué?... pues porque las anginas agudas que casi todo el mundo conoce por experiencia y la terrible difteria… son la misma enfermedad; como explicaremos inmediatamente.

Esa enfermedad tenía terrible fama de causar muertes a montones sobre todo en poblaciones hacinadas en las ciudades industriales que nacían en toda Europa, en hospicios de pobres y en comunidades miserables de obreros y mineros… y también era frecuente su aparición masiva en los países que se hallaban en guerra o en posguerra, situación muy frecuente en la sociedad europea altamente competitiva del siglo de la revolución industrial y de la primera mitad del siglo XX.

La difteria (o amigdalitis aguda) era bien conocida y descrita por los médicos vitalistas que atribuían su presencia masiva, por temporadas, al hambre y la miseria en general y, en particular, a las malas condiciones climáticas y ambientales: Fríos y humedades, hambre y suciedad, hacinamiento e insalubridad… sabían todo esto por pura experiencia milenaria, puesto que si el lector quiere tomarse la molestia de repasar las epidemias de difteria del último siglo aquí en Europa, comprobará que la difteria aparece en épocas de guerra o de posguerra, de crisis económica, de inviernos fríos y falta de infraestructuras… y en general cuando el nivel de vida de una comunidad se derrumba por una razón o por otra, es decir, con la aparición del hambre, la miseria y el frío… aparece el “garrotillo” o sea “la difteria” o sea las “amigdalitis”, las faringitis, las bronquitis, las sinusitis y otitis, y las neumonías… es decir para los médicos vitalistas las anginas eran una consecuencia de la miseria y el frío.

En nuestra sociedad de abundancia, calefacción y confort, las faringoamigdalitis agudas o anginas o difteria… son más escasas pero existen… son consecuencia de excesos de bebidas frías, aires acondicionados, excesos alimentarios y helados…  actualmente en un medio con recursos  e infraestructura suficiente, estas afecciones suelen curar, con o sin tratamiento, en una semana de cuidados caseros u hospitalarios… pero esta enfermedad tan común y fácil de curar en nuestra sociedad actual, resulta que en situación mísera y a la intemperie, sin alimentos, sin calefacción y sin caldos calientes… pueden ser mortales, como lo fueron en las abundantes guerras y posguerras europeas cuando se les llamó y catalogó a todas estas situaciones de amigdalitis aguda febril…como epidemias de difteria.

Parece ser que algo de razón tenían aquellos médicos vitalistas puesto que en tiempos recientes, con el desmembramiento en la década de los 90 de la U.R.S.S., se produjo una crisis económica en Rusia y, mientras se reorganizaba, bajó su nivel de bienestar; al derrumbarse la economía algunos ciudadanos no pudieron, durante unos años, disponer de energía suficiente para calefacción y la falta de liquidez monetaria produjo escasez extrema y la alimentación bajó de calidad, aumentó el alcoholismo etc… y precisamente en ese país donde se presumía, con toda la razón, de tener a toda la gente vacunada… durante esos años de crisis, de miseria social, pobreza y hambre, reaparecieron unas cuantas epidemias invernales de difteria[1].

La reaparición de esos brotes de difteria en Rusia rompía un silencio de esa enfermedad de cuarenta años, toda la gente estaba vacunada… ¿cómo pudieron aparecer tantos miles de casos de difteria? ¿No habían funcionado las vacunas? No podemos responder a esta pregunta; pero lo que podemos asegurar es que su “efecto preventivo y protector” si es que lo tiene, no pudo compensar el efecto negativo del frío y del hambre que sufrieron los ciudadanos rusos; aunque estuvieran todos obligatoriamente y previamente vacunados contra la difteria. Los médicos vitalistas hubieran recomendado comida caliente y abundante y refugio seguro para prevenir y curar esos casos rusos de difteria o amigdalitis agudas.

Pero, como ya hemos contado, los vitalistas iban a ser desplazados del escenario médico y, en 1880 Löfller presentó al presunto bacilo asesino Chorinebacterium difteriae, como la causa de la difteria, como ocurrió con el cólera unos años antes, también se le creyó un bacilo agresivo, alienígena y único responsable y causa primera de la difteria. Como había ocurrido con Koch, el gobierno alemán lo condecoró, la prensa lo vitoreó, recibió todos los premios académicos… ya hemos dicho que la historia del descubrimiento de microbios y aplicación de vacunas es igual en todos los casos, por lo que evitaremos repetir la historia que ya hemos contado. 



Décadas después, en los años cincuenta del siglo veinte, con los adelantos en microbiología se supo que este bacilo no sólo no es extranjero, no es un alienígena, sino que no tiene otro hábitat que el humano, es decir, no compartimos su presencia con otros animales, el bacilo que supuestamente causa la difteria es en realidad una especie endémica y exclusiva del hombre. 

Nosotros mismos somos el ecosistema donde habita de forma natural este pequeño ser y sus familias afines. Acusarle a él de infectarnos es como si un naturalista acusara a los pinos y robles, a los ciervos y comadrejas y demás habitantes de un ecosistema de ser seres que infectan dicho ecosistema y quieren acabar con él.

Y además, cuando los microscopios se hicieron más potentes se vio con facilidad que poseemos varias especies de dicho bacilo y que habita en casi todas las partes de nuestro cuerpo, mucosas, piel, vías urinarias, tracto digestivo… y que tiene funciones protectoras, defendiéndonos por su propia presencia de la colonización de esporas, hongos y otros posibles invasores externos.

Pero como ocurrió con las otras vacunas, estos nuevos conocimientos de la microbiología, no llevó a la clase médico industrial a replantearse la utilidad y el sentido biológico de las vacunas; no se podía contradecir a los creadores de la idea después de haberles idolatrado, no podían reconocer el error de esa visión paranoica de la Naturaleza; los mismos médicos en activo habían participado de toda la paranoia de los microbios, los catedráticos en activo llevaban años de docencia enseñando a sus aprendices las ventajas de las vacunas, haciendo apología de los nuevas medicaciones para matar microbios… y los industriales no pensaban en perder el negocio precisamente ahora, cuando dominaban el negocio y eran los que controlaban la política sanitaria mundial y la enseñanza académica de toda la cultura científica y médica.

No iban a perder el negocio ni el prestigio, nadie tenía que reconocer nada, ahora, la industria médica domina los espacios académicos y, por eso, se sigue enseñando a los aprendices de médico que las vacunas siguen teniendo sentido y además son necesarias; no se permite discusión alguna… Y advierten a todos que no van a tolerar preguntas ni réplicas… y los médicos vitalistas que queden y que adviertan a la población serán acallados, serán denunciados y expulsados de los colegios de médicos.



[1] Los países comunistas llevaron una política de vacunaciones casi totales desde el final de la segunda guerra mundial. Presumían de paternalismo estatal y llevaron la vacunación hasta los lugares más recónditos de sus países… cuando llegó la crisis económica y energética y apareció la miseria social, volvieron los viejos fantasmas: la difteria, la tuberculosis, la tos ferina… pero sobre una población que estaba vacunada contra esas enfermedades durante generaciones… ¿donde estaba el efecto protector? ¿en las vacunas o en la comida y la calefacción?


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